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jueves, 25 de marzo de 2010

Juan José Morales: La Sedena, la ciencia y los merolicos

Esta es la continuación del artículo de Juan José Morales "La truculenta historia de la ouija del diablo", que se publicó en Por Esto! y que reproducimos en una entrada anterior:

La Sedena, la ciencia y los merolicos
Escrutinio
Juan José Morales

Ayer comentábamos en estas páginas que las secretarías de la Defensa y Marina, así como las policías de varios estados, fueron estafadas por una empresa británica que les vendió un supuesto detector molecular de drogas, explosivos, billetes y hasta cadáveres humanos, llamado GT200 y bautizado “la ouija del diablo” por la policía, que en realidad no detecta nada y es sólo una especie de pistola de plástico vacía con una delgada antena.

No fueron sin embargo nuestras autoridades las únicas timadas por el fabricante británico. También las de Irak y Tailandia. En el primer caso, el gobierno iraquí compró 1,500 aparatos, con valor total de 12 millones de dólares. Pero el contrato ascendió a 85 millones. La diferencia, 73 millones de dólares, fue por concepto de “capacitación y pagos a intermediarios”.

Ante tan generoso pago a quienes mediaron en la operación, resulta casi inevitable sospechar que no hubo ingenuidad o credulidad sino sobornos o “mordidas”, como se diría en el lenguaje popular mexicano. Y es casi inevitable también sospechar lo mismo en el caso de México. Sobre todo porque la compra de esos inútiles aparatos se hizo por asignación directa y a ciegas, sin tener la menor garantía de que sirven para lo que afirma el vendedor, o tan siquiera haberlos probado.

En efecto, ante las peticiones de información sobre el particular, y a pesar de sus reticencias para responder, el Instituto Federal de Acceso a la Información, el IFAI, tuvo que reconocer que no se integró ninguna comisión técnica antes de decidir su compra y que tampoco se realizaron pruebas con el equipo para comprobar que funcionaba acorde a lo prometido por el fabricante.

El IFAI, por lo demás, se negó a informar cuál es el principio científico en el que se basa el funcionamiento del detector molecular, pues —dice su respuesta— “la información solicitada está clasificada como reservada y confidencial”.

El fabricante, sin embargo, no tiene empacho en asegurar que el GT200 funciona mediante diamagnetismo, o sea la propiedad de algunos materiales —como el bronce, el grafito y el azufre— de ser repelidos por los imanes, y paramagnetismo, que es la característica de otros materiales, como aluminio y magnesio, de ser atraídos por un imán sin magnetizarse permanentemente. Sólo que mal puede funcionar con base en tales fenómenos si no contiene imanes. O, más exactamente, si no tiene ningún elemento interno y es sólo un cascarón de plástico con tarjetas de cartón.

Que se le haya bautizado ouija del diablo resulta muy apropiado, pues al igual que la ouija usada en las sesiones de comunicación con el más allá y los espíritus, el GT200 se guía por los movimientos involuntarios, inconscientes, de quien la maneja. No detecta nada. Simplemente el operador la apunta hacia donde cree que puede haber drogas, armas, explosivos o muertitos. Luego se busca ahí, y si se encuentra algo, ¡Aleluya! Si no, pues simplemente se dice que fue una falsa alarma. O que el aparato funcionó pero detectó otro material. En una ocasión, por ejemplo, el instrumento indicó la presencia de drogas en un automóvil, y al ser revisado exhaustivamente, sólo se encontró una caja de analgésicos. Para los militares, eso fue la prueba de que sí funciona y que es extraordinariamente sensible. Igual pudo haber detectado talco o pañales sucios.

Uno se pregunta cómo es posible que las más altas autoridades militares mexicanas se hayan dejado embaucar como niños por un merolico internacional y comprado instrumentos tan costosos y —sobre todo— tan importantes, sin pedir la opinión de expertos en la materia y sin someterlos a exhaustivas pruebas previas. Si la Sedena y la Secretaría de Marina no tienen sus propios departamentos de ciencias ni personal capaz de hacer tal cosa, al menos pudieron haber consultado a alguno de los centros de investigación científica de alto nivel que tenemos en México.

Con el antecedente de la ouija de Satán, no me extrañaría que un día de éstos la Fuerza Aérea anuncie haber comprado un centenar de alfombras voladoras para sustituir a sus aviones de adiestramiento.

Comentarios: kixpachoch@yahoo.com.mx


Insisto, estos artículos han sido de los mejores que se han publicado en la prensa mexicana. Éste en particular es, creo, el primero en el que se menciona el mecanismo del efecto ideomotor, aunque sea sin mencionarlo por su nombre.

Para lo que valga, mis felicitaciones a Juan José Morales.

A.T.

1 comentario:

Antonio dijo...

Igual que en la primera entrega, sigue confundido entre el GT-200 y el ADE651, que fue el que se usó en Irak ¿Le has enviado algún correo para aclararle el punto?

Por lo demás, es cierto que la serie de artículos es bastante buena.

Un Abrazo